La disputa entre Jeffrey Sachs y Dambisa Moyo –y
Easterly– ejemplifica perfectamente la complejidad y polarización ideológica
que puede llegar a adoptar la discusión sobre el papel de la ayuda
internacional para el desarrollo. El enfrentamiento entre los primeros dos economistas se
centra en determinar en qué medida la ayuda ha sido benéfica, principalmente,
en el África. Un ejemplo de esta disputa la ofrece el argumento planteado por Moyo respecto a la necesidad de permitir
a los pueblos africanos desarrollar sus propios bienes públicos, incluso los
más básicos como salud y educación, y no hacer depender éstos de la ayuda de
países occidentales, lo que finalmente termina por favorecer el status quo, mediante un circulo vicioso,
que alimenta regimenes politicos despóticos y/o corruptos. Negando así, la
posibilidad de un desarrollo real, fuera de la cultura de la dependencia de la
ayuda que hoy vive la región. Por su parte, Sachs –profesor de Moyo en Harvard– ha criticado fuertemente este
argumento debido a que abrir la puerta a posibildades de recortes sustanciales en
la ayuda a África, principalmente, por parte de EE.UU., en un contexto de
sobrecarga fiscal al contribuyente estadounidense (a causa de los fondos de
rescate bancarios y el gasto militar) es una posición irresponsable que puede
llegar a afectar a millones de africanos que se benefician de los programas que
se derivan de esta ayuda, como son: vacunación, infraestructura básica,
electricidad, agua potable, alimentos, fármacos retrovirales, entre otros. Este
argumento, desde luego, afecta la posición defendida por Sachs que aboga por
duplicar los fondos de ayuda actuales.
Es cierto, que este debate y la respuesta de Sachs obvia
mucha de la construcción argumental que enriquece la propuesta de Moyo, plasmada
en su libro Dead Aid, y que se centra,
entre otros aspectos, en el desarrollo de estrategias de desarrollo basadas en
el mercado y la creación de empleo productivo. Para realmente dar claridad a
este tema es importante apartarse de los análisis que consideran únicamente los
contrastes entre blanco y negro, y centrar el tema en los matices. Hay una
infinidad de ellos que se dejan de lado si se adoptan posiciones reduccionistas.
El solo hecho de ver la dinámica de los índices de desarrollo humano de la subregión africana que, prácticamente, es el
motor del debate –el áfrica subsahariana– que nos ocupa, muestra la diversidad de
experiencias: ya sean logros o retrocesos. En este tema, hay cierta parte de
razón en la propuesta de Moyo, muy provocadora y honesta, por cierto, en el
sentido de que es un anhelo de que los pueblos africanos puedan crear mercados
más sólidos, que les permitan crear estrategias de desarrollo sostenible, sobre
la base de ciertos pilares: inversión
extranjera directa, comercio, desarrollo de mercados de capital, microfinanzas, ahorro y migraciones. En este sentido, Moyo ve como una gran
oportunidad el papel que está teniendo China en la región, la cual ha venido
impulsando un fuerte programa de inversión. No sólo en sectores extractivos,
sino también diversificando en otros: turismo, textiles, telecomunicaciones,
etc. Esto supone abrir los canales que puede detonar el crecimiento. Así pues,
está convencida de que la via para el desarrollo pasa por este conducto, ya que
China y África tienen amplias complementariedades. Sin negar los problemas que ésto puede suponer sobre las empresas locales, considera que debe ser tiempo de
fomentar un mayor activismo de los gobiernos africanos en el tema de la regulación.
No obstante, existe cierto grado de ingenuidad en su
propuesta, partiendo del hecho de que para Moyo "el desarrollo no es
algo tan dificil". Aspecto que es muy debatible, ya que más allá de que se conozcan ciertas pautas que
pueden desencadenar estrategias exitosas, debe quedar claro que al desarrollo se le reconoce como un fenómeno
complejo y multidimensional. De esta forma, el mercado –tal y como se implementa hoy dia– no es la panacea. Asi
lo pueden atestiguar otras sociedades de diferente nivel de ingreso. Cuentan
mucho, las interdependencias, la calidad de las instituciones, la capacidad de
coordinación económica que impulsa un cambio económico rápido y flexible, entre
otros. Sachs, no se queda atrás en este tema. En el fondo focaliza mucho de su propuesta en
el falso debate entre Mercado o Estado, a favor del primero, una vez que llegan los recursos (públicos o privados). Además, resulta muy
cuestionable su deseo de que los países donantes puedan llegar al objetivo de destinar el 0,7
por ciento del PIB a más tardar en 2015, dado el contexto que vive el mundo desarrollado.
Lo anterior, muestra, que más allá de que llegasen a
cumplirse los Objetivos del Milenio –aspecto no del todo claro–, es necesario modificar la
hoja de ruta de la ayuda al desarrollo que permita diseñar estrategias no tan universales,
una vez que los diferentes tipos de sociedades en el mundo en desarrollo requieren un
tratamiento diferenciado. Esto, implica, desde luego, que los paises desarrollados –pero también las nuevas potencias emergentes– logren reducir la brecha en materia de inconsistencias de políticas en favor de un desarrollo global más armónico y sustentable. Esto permitiría, retomar de forma más precisa las diferentes aristas y necesidades sociales que subyacen al debate sobre la ayuda al desarrollo. Pero bueno, esto es otro tema…
No hay comentarios:
Publicar un comentario