El hecho de que la pobreza absoluta internacional haya
caído en las últimas décadas, no implica, desde luego, aceptar una tendencia
similar en todos los países. Esto es aún más evidente tomando en cuenta la
realidad reciente que involucra un efecto diferenciado de la recesión económica
internacional sobre las economías nacionales, aunque es cierto que existe la
percepción de un deterioro en los niveles de pobreza.
Esto merece, sin embargo, algunas precisiones: es
importante distinguir entre pobreza absoluta y pobreza relativa. La estimación
de la pobreza extrema (absoluta), que significa no tener los recursos
necesarios para sobrevivir, hace referencia solamente a una dimensión: el ingreso
(en términos de dólares comparables internacionalmente), y oculta, por tanto, la
intensidad de la pobreza en cada país, la situación en la que se encuentra
quien la sufre, pero también las condiciones de bienestar de aquellos que
están por arriba de ese umbral, así como el nivel de satisfacción o de felicidad existente. En este marco es donde se inserta una tendencia
a la reducción de la pobreza a lo largo de varias décadas, previo a 2008 (ver gráfico, Banco Mundial). Ahora bien,
existe otro indicador de pobreza, denominado pobreza relativa, que incorpora a
su medición el contexto de bienestar nacional. De ahí que se considere a este nivel de pobreza
como aquel que permite captar los hogares que tienen ingresos inferiores al 50% del ingreso
promedio de los habitantes de un país. Si bien este porcentaje puede variar –de acuerdo al parámetro que se eliga–,
lo importante es que su medición alude más a una explicación de las variaciones
de distribución del ingreso de un país.
Lo anterior es importante, ya que muestra dos
conceptos diferentes, que no necesariamente se mueven en la misma dirección;
aspecto que tampoco permanece invariante. En el primer caso -la pobreza extrema-, es innegable que en las últimas décadas muchos habitantes de los países en desarrollo han conseguido
mejorar su nivel de vida, incluso a pesar de entornos de crisis económica severos. No obstante, al compararse
su realidad con otras experiencias nacionales siempre emerge la necesidad de introducir importantes
matices para justificar sus avances. Con todo, a pesar de los logros se reconoce que en la condición de
carencia extrema se ubican más de mil millones de personas en el mundo: el
denominado “club de la miseria”, de acuerdo con Collier (2007). Hecho que pone en evidencia,
por un lado, que la fuerte expansión económica de muchos países, a partir de la segunda
mitad de los años noventa, no ha sido suficiente para reducir la pobreza, y por otro, que las recetas económicas e institucionales convencionales que han implementado
un amplio segmento de países tampoco han sido eficaces. El segundo aspecto -la pobreza relativa- permite adentrarnos, aunque de
forma parcial, en el conocimiento comparativo de la pobreza entre países. Estudios
recientes de la OCDE muestran como México es el país con mayor tasa de pobreza relativa
dentro del club de países "ricos", seguido de Israel, Chile, Estados Unidos, y Turquia. España se ubica
en la décima posición, seguida de Portugal, Grecia, Italia, Canadá y Reino Unido.
Todos ellos por encima de la media de la OCDE de 11.1% (ver gráfico, OCDE). Este dato es interesante y explica, fuertemente, la insatisfacción social que experimentan muchas de estas sociedades.
Más allá de las cuestiones metodológicas (que tienen sus
críticas), lo cierto es que las vulnerabilidades de pobreza y desigualdad
representan el núcleo básico de los problemas socio-económicos vigentes. Y de
éstas el componente de la desigualdad parece explicar, en buena medida, la
ineficacia y la disfuncionalidad del sistema. Ya hablaremos de ello…