Los acontecimientos que experimenta el sistema
económico mundial, tanto en términos de coyuntura como en su trayectoria de
largo plazo, han puesto nuevamente sobre la mesa la necesidad de asir
herramientas conceptuales y teóricas que ayuden a explicar y contrarrestar la
dinámica del capitalismo moderno, así como de su desarrollo en las diferentes regiones
del planeta. No es casualidad, por tanto, que se hubiese dado un renacimiento
del enfoque keynesiano y de sus políticas con el fin de revertir la recesión
que amenazaba (y amenaza) al mundo (principalmente desarrollado). Tampoco es
coincidencia que ante la cierta “inoperancia” de las políticas neo-keynesianas implementadas
se experimente un fuerte embate por parte de los defensores de las políticas
ortodoxas (monetaristas), que hasta muy poco, gozaron de la hegemonía en la
instrumentación de política macroeconómica mediante la defensa de su concepción
del mercado y las bondades de su funcionamiento. En este punto nos encontramos:
en un momento de debate en donde buena parte de la clase política gobernante vuelve
a atarse al paradigma dominante y con ello a la instalación de los planes de
ajuste estructural (ahora con mayor fuerza en la periferia europea); que fueron
aplicados en buena parte del mundo en desarrollo durante la décadas de los
ochenta y buena parte de los noventa, con especial intensidad en América Latina.
La experiencia de esta última es de tomarse en cuenta,
no sólo por servir de “laboratorio” para este tipo de políticas ―y con ello la
vivencia de un sinnúmero de externalidades negativas como consecuencia, en
términos sociales, productivos e incluso culturales― sino también porque su puesta
en marcha supuso decretar la “muerte” de enfoques teóricos surgidos en la
región, que fueron muy influyentes en los principales centros académicos del
mundo, y que no han dejado de trabajar y tener un fuerte debate interno, al tiempo
que producen conocimiento. Este es el caso de la Teoría de la Dependencia (en
diferentes vertientes: sociológica, económica, política y filosófica) creada a
partir de la segunda mitad del siglo XX, y que se vinculó estrechamente con la
economía del desarrollo. Sus autores, sin duda, influidos por el marxismo
crearon un nuevo cuerpo teórico crítico que, no obstante, su bagaje y potencia
analítica fueron perdiendo fuerza, más como resultado de la irrupción del
monetarismo y la defensa del liberalismo de mercado, pero también por un
conocimiento inadecuado de este enfoque. En palabras de Enrique Dussel “es una
teoría que no fue bien definida ―en términos marxistas―, fue mal criticada, y,
sin embargo, es plenamente vigente hoy dia para explicar lo que sucede en el
proceso de globalización”. Desde luego, hago referencia al valor analítico del
marxismo no en el sentido débil que usualmente se utiliza para denostar este
enfoque, sino más en la posición analítica en la que le sitúan Schumpeter y Hicks para explicar los procesos históricos de transformación
económica, que incluso han llevado al famoso historiador Eric Hobsbawm a
señalar que los economistas del desarrollo ―más apegados con esta visión― y los
historiadores hablan el mismo lenguaje.
En esencia, la teoría de la dependencia tuvo como
principal aportación, además de interesarse en resaltar los factores no
económicos y las particulariedades históricas, concebir un sistema económico mundial
desde la periferia, en el cual existen naciones dominantes y otras
dependientes, a causa de diversas razones: comerciales, productivas, tecnológicas, etc. El
fruto de estas relaciones generan condiciones que dificultan generar un
desarrollo endógeno, y reproducen fenómenos de marginación y exclusión. En este
sentido, el fenómeno de la dependencia se ubica en el marco de la competencia. Especificamente de la competencia
concreta del capital –aspecto, si bien, no desarrollado del todo por Marx–, que
favorece un aumento del plusvalor relativo, impulsado por las nuevas
innovaciones tecnológicas y una mayor productividad de los sectores
involucrados en este proceso, al tiempo que se desplaza trabajo. En este marco,
el capital periférico es dependiente del capital desarrollado y forma parte de
un mecanismo compensatorio contra esta ley tendencial que aparece “en ciertas
circunstancias y en el transcurso de largos períodos”. En sentido estricto, el fenómeno de la dependencia
–expresada de forma abstracta– explícita la relación social global entre
capitales globales nacionales de diverso grado de desarrollo y el intercambio de
productos de mercancías con valor disímil. En este marco, el proceso de
competencia emerge como el mecanismo que favorece el fenómeno de la nivelación
de precios de las mercancías, que, en el entorno descrito, termina
favoreciendo, en términos de ganancia, al capital global nacional más
desarrollado, mientras que su contraparte termina transfiriéndole plusvalor.
La teoría de la dependencia tiene otra cualidad y es que
da explicación a grandes preguntas sobre la orientación del sistema capitalista
moderno, a diferencia de la tendencia que muestra la economía del desarrollo de
concebir el desarrollo desde plataformas cada vez más especializadas y entornos
circunscritos. Asimismo, es la contracara de la teoría del crecimiento, que ve la
dinámica de expansión económica todavia como un misterio. Dichas cualidades han
llevado a nombrarla, por algunos autores, como la “gran teoría del desarrollo”.
Con todo, lo anterior no implica que este enfoque sea
la panacea, por el contrario, debe ser visto por los interesados en estudiar el
desarrollo como una herramienta útil, que ha sido pionera en planteamientos
como el de Desarrollo con Equidad ―tan
ausente hoy dia. Es por ello que vale la pena volver la vista a los avances de
esta teoría, en sus diferentes facetas: económica, política, ética, filosófica,
etc.. La consecuencia puede ser una ganancia en partida doble: tener un panorama
analítico más completo, e incluso, por que no, contribuir a enriquecer este
enfoque, a fin de ayudar a combatir “la irracionalidad galopante dentro de la
razón instrumental” (véase video adjunto) sobre la que descansan muchas de las
políticas ortodoxas que hoy se implementan y que comprometen, a mi entender, un
desarrollo global más armónico.
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