Al menos dos grandes temas giran
entorno a lo que se juega México en las próximas elecciones, que se llevarán a
cabo el próximo fin de semana. Uno, el proyecto de nación para los próximos
años y dos, posiblemente el más importante, el mensaje y los incentivos que
desean transmitirse a una sociedad fuertemente polarizada (aspecto venido a más
desde hace tiempo y agudizado de cara a las últimas elecciones presidenciales).
Es bien sabido que aproximarse a la
realidad mexicana es un tema complejo por la cantidad de aristas que contiene. El
cúmulo de (des)información y verdades a medias que se han vertido en las
campañas ―por parte de partidos políticos, medios de comunicación, etc.― sobre
lo que ha sido el país y hacia dónde debe encaminarse refleja ese monstruo de
intereses y complicidades que no contribuye a dar claridad a una buena parte
del electorado escéptico (y con razón) de su clase política ―de ahí la
irrupción del movimiento yosoy132. (Como ejemplo de ello, véanse los argumentos
esgrimidos por Castañeda, Aguilar Camín y la réplica de Zepeda Patterson).
En todo este marco, el elector
mexicano ―en la etapa de transición democrática― se ha visto presionado por los
medios masivos de comunicación y partidos políticos de centro y derecha para
optar entre dos opciones: una, que le permita seguir gozando de sus libertades
individuales y otra, que significa coartarlas regresando a etapas que han
quedado algo lejanas para un grueso de la sociedad mexicana. En términos
prácticos ésto dista mucho de ser así, no sólo por ser un discurso ambiguo,
sino porque la dinámica de cambio institucional (formal) en la que ha entrado
el país desde hace décadas hace muy dificil revertir esa tendencia. En este
sentido, el que la izquierda llegase a ganar las elecciones a presidente de la
república implicaría abrir la puerta a un cambio de incentivos dentro de la
estrategia de política económica a nivel macroeconómico; aspecto que no es
menor. Esto es, permitir que el Estado juegue un papel más activo a partir de políticas contracíclicas, que en el
caso mexicano ―y está ampliamente documentado― se han mantenido ausentes. Esto ayudaría ―sin que resulte fácil― a
dinamizar la actividad productiva doméstica basándose en un nuevo modelo de
desarrollo territorial; abriéndo la oportunidad a que otros actores de la
sociedad se beneficien de ese proceso.
La experiencia de los últimos
años muestra que lo anterior no ha sido así por distintos motivos. Tres muy
importantes: la fuerte concentración económica, la ausencia de una intermediación
financiera orientada a fortalecer el mercado interno, y una buena coordinación
y complementación entre las diferentes estructuras de gobierno. Esto hace que
en un entorno de corrupción, impunidad, bajos
niveles de educación y fuerte economía informal, los beneficiarios sean los
grupos que han venido concentrando cada vez más el poder económico, lo que explica
el crecimiento de la desigualdad en
el país. La consecuencia más clara ―y más allá de lo que se argumente en
contra― es que el país en los últimos 30 años, si se descuenta la tasa de
crecimiento poblacional, no ha crecido,
situándola en la parte baja en términos de crecimiento dentro de la región
latinoamericana. Este dato sin duda es relevante dado el potencial de
crecimiento del país: de un 6 por ciento.
Desde luego, lo expuesto no se
puede desligar del juego de incentivos y reglas que fija la sociedad. Grandes
segmentos de población han aprendido a generar riqueza y a vivir “alejados” de una
clase política que no los representa. Esto explica, en buena medida, el boom de la economía informal, pero
también el de actividades vinculadas al crimen organizado, que se ha
beneficiado, a su vez, de los grandes niveles de desempleo y falta de
oportunidades para los jovenes ―aunque claro en ésto intervienen otros factores.
Así pues, la fotografía previa a
las elecciones muestra al partido gobernante (PAN) ciertamente desgastado por
los resultados de gobierno de los últimos 12 años. Principalmente, en términos
de coherencia de políticas que le han impedido crear consensos en puntos clave de política económica, así como “dominar” a los actores económicos que le
permitieron arribar a esa posición. No obstante, aún sigue gozando de buena
parte de simpatizantes, no sólo porque todavia representa a una sociedad
conservadora sino porque supone contrarrestar, por un lado, a una izquierda que
muchas veces no ha sabido hacer buen gobierno en algunas entidades, y por otro lado,
es la antítesis de ésta en el discurso doctrinal.
La izquierda (PRD, PT y MC) por
su parte, es la única fuerza política que representa a nivel agregado un
cambio. Sigue contando con un fuerte capital social que ve todavia con agrado
al líder de este movimiento (López Obrador), pero más aún a los personajes que figurarían
en el gabinete de gobierno. A pesar de ello, muestra dos grandes limitaciones: uno,
no ser una opción de izquierda más fresca y creíble para las necesidades de un
México todavia muy joven (en términos poblaciones) y dos, muy ligada con la
anterior, la deficiencia de cuadros de gobierno y el arraigo de ciertas prácticas
políticas del viejo México. A pesar de ello, es el único grupo que ha planteado un
compromiso de combate frontal a la corrupción, así como establecer un sistema fiscal progresivo.
Por su parte, el partido
hegemónico por excelencia (el PRI) busca de igual forma retomar un mayor
control del Estado en la vida pública, sólo que lo hace mostrando sistemáticamente
sus prácticas más enraizadas, que alguna vez lo alejaron del poder presidencial. En este sentido, si bien ofrece un combate a la
pobreza, no plantea un combate directo a la desigualdad económica. De tal forma
que las bases de su proyecto de nación no transcurren necesariamente por
modificar de fondo el arreglo institucional vigente (aunque no deja de ser interesante la estrategia fiscal que promovería). Aun
así, mantiene la preferencia efectiva, según las encuestas, como resultado de su
fuerte trabajo en una amplia base social ―en cierta forma cooptada― pero
también porque en el imaginario colectivo está la idea de que es el único
partido que puede traer nuevamente la seguridad a las calles (véase Der Spiegel 25/6/12).
La elección la decidirá el porcentaje
de indecisos. Aunque esto también es un tema de debate (véase las opiniones de
Crespo, Bartra y Dussel). En términos llanos la abstención del voto y el voto
nulo, creo, termina favoreciendo más al PRI.
Este ejercicio democrático deja
muchas enseñanzas no sólo a nivel nacional. La única combinación en el siglo
XXI para revertir los excesos del capitalismo, que se sirve de la pobreza y
la desigualdad ―cuando el Estado se repliega o lo repliegan―, es mediante la
recuperación paulatina del papel del Estado en la vida pública, pero también a
través de una acción creíble que lleve a modificar los incentivos y el arreglo
institucional en la sociedad hacia un entorno más armónico y sustentable. El
binomio Estado social y participación ciudadana ―como fuente fiscalizadora del primero―
es el camino más corto y eficaz para alcanzar sociedades más justas. Véamos qué
decide la sociedad mexicana…