viernes, 29 de junio de 2012

México: ¿es posible un giro neo-keynesiano y un nuevo arreglo institucional?


Al menos dos grandes temas giran entorno a lo que se juega México en las próximas elecciones, que se llevarán a cabo el próximo fin de semana. Uno, el proyecto de nación para los próximos años y dos, posiblemente el más importante, el mensaje y los incentivos que desean transmitirse a una sociedad fuertemente polarizada (aspecto venido a más desde hace tiempo y agudizado de cara a las últimas elecciones presidenciales).

Es bien sabido que aproximarse a la realidad mexicana es un tema complejo por la cantidad de aristas que contiene. El cúmulo de (des)información y verdades a medias que se han vertido en las campañas ―por parte de partidos políticos, medios de comunicación, etc.― sobre lo que ha sido el país y hacia dónde debe encaminarse refleja ese monstruo de intereses y complicidades que no contribuye a dar claridad a una buena parte del electorado escéptico (y con razón) de su clase política ―de ahí la irrupción del movimiento yosoy132. (Como ejemplo de ello, véanse los argumentos esgrimidos por CastañedaAguilar Camín y la réplica de Zepeda Patterson).

En todo este marco, el elector mexicano ―en la etapa de transición democrática― se ha visto presionado por los medios masivos de comunicación y partidos políticos de centro y derecha para optar entre dos opciones: una, que le permita seguir gozando de sus libertades individuales y otra, que significa coartarlas regresando a etapas que han quedado algo lejanas para un grueso de la sociedad mexicana. En términos prácticos ésto dista mucho de ser así, no sólo por ser un discurso ambiguo, sino porque la dinámica de cambio institucional (formal) en la que ha entrado el país desde hace décadas hace muy dificil revertir esa tendencia. En este sentido, el que la izquierda llegase a ganar las elecciones a presidente de la república implicaría abrir la puerta a un cambio de incentivos dentro de la estrategia de política económica a nivel macroeconómico; aspecto que no es menor. Esto es, permitir que el Estado juegue un papel más activo a partir de políticas contracíclicas, que en el caso mexicano ―y está ampliamente documentado― se han mantenido ausentes. Esto ayudaría ―sin que resulte fácil― a dinamizar la actividad productiva doméstica basándose en un nuevo modelo de desarrollo territorial; abriéndo la oportunidad a que otros actores de la sociedad se beneficien de ese proceso.

La experiencia de los últimos años muestra que lo anterior no ha sido así por distintos motivos. Tres muy importantes: la fuerte concentración económica, la ausencia de una intermediación financiera orientada a fortalecer el mercado interno, y una buena coordinación y complementación entre las diferentes estructuras de gobierno. Esto hace que en un entorno de corrupción, impunidad, bajos niveles de educación y fuerte economía informal, los beneficiarios sean los grupos que han venido concentrando cada vez más el poder económico, lo que explica el crecimiento de la desigualdad en el país. La consecuencia más clara ―y más allá de lo que se argumente en contra― es que el país en los últimos 30 años, si se descuenta la tasa de crecimiento poblacional, no ha crecido, situándola en la parte baja en términos de crecimiento dentro de la región latinoamericana. Este dato sin duda es relevante dado el potencial de crecimiento del país: de un 6 por ciento.

Desde luego, lo expuesto no se puede desligar del juego de incentivos y reglas que fija la sociedad. Grandes segmentos de población han aprendido a generar riqueza y a vivir “alejados” de una clase política que no los representa. Esto explica, en buena medida, el boom de la economía informal, pero también el de actividades vinculadas al crimen organizado, que se ha beneficiado, a su vez, de los grandes niveles de desempleo y falta de oportunidades para los jovenes ―aunque claro en ésto intervienen otros factores.

Así pues, la fotografía previa a las elecciones muestra al partido gobernante (PAN) ciertamente desgastado por los resultados de gobierno de los últimos 12 años. Principalmente, en términos de coherencia de políticas que le han impedido crear consensos en puntos clave de política económica, así como “dominar” a los actores económicos que le permitieron arribar a esa posición. No obstante, aún sigue gozando de buena parte de simpatizantes, no sólo porque todavia representa a una sociedad conservadora sino porque supone contrarrestar, por un lado, a una izquierda que muchas veces no ha sabido hacer buen gobierno en algunas entidades, y por otro lado, es la antítesis de ésta en el discurso doctrinal. 

La izquierda (PRD, PT y MC) por su parte, es la única fuerza política que representa a nivel agregado un cambio. Sigue contando con un fuerte capital social que ve todavia con agrado al líder de este movimiento (López Obrador), pero más aún a los personajes que figurarían en el gabinete de gobierno. A pesar de ello, muestra dos grandes limitaciones: uno, no ser una opción de izquierda más fresca y creíble para las necesidades de un México todavia muy joven (en términos poblaciones) y dos, muy ligada con la anterior, la deficiencia de cuadros de gobierno y el arraigo de ciertas prácticas políticas del viejo México. A pesar de ello, es el único grupo que ha planteado un compromiso de combate frontal a la corrupción, así como establecer un sistema fiscal progresivo.

Por su parte, el partido hegemónico por excelencia (el PRI) busca de igual forma retomar un mayor control del Estado en la vida pública, sólo que lo hace mostrando sistemáticamente sus prácticas más enraizadas, que alguna vez lo alejaron del poder presidencial. En este sentido, si bien ofrece un combate a la pobreza, no plantea un combate directo a la desigualdad económica. De tal forma que las bases de su proyecto de nación no transcurren necesariamente por modificar de fondo el arreglo institucional vigente (aunque no deja de ser interesante la estrategia fiscal que promovería). Aun así, mantiene la preferencia efectiva, según las encuestas, como resultado de su fuerte trabajo en una amplia base social ―en cierta forma cooptada― pero también porque en el imaginario colectivo está la idea de que es el único partido que puede traer nuevamente la seguridad a las calles (véase Der Spiegel 25/6/12).

La elección la decidirá el porcentaje de indecisos. Aunque esto también es un tema de debate (véase las opiniones de Crespo, Bartra y Dussel). En términos llanos la abstención del voto y el voto nulo, creo, termina favoreciendo más al PRI.

Este ejercicio democrático deja muchas enseñanzas no sólo a nivel nacional. La única combinación en el siglo XXI para revertir los excesos del capitalismo, que se sirve de la pobreza y la desigualdad ―cuando el Estado se repliega o lo repliegan―, es mediante la recuperación paulatina del papel del Estado en la vida pública, pero también a través de una acción creíble que lleve a modificar los incentivos y el arreglo institucional en la sociedad hacia un entorno más armónico y sustentable. El binomio Estado social y participación ciudadana ―como fuente fiscalizadora del primero― es el camino más corto y eficaz para alcanzar sociedades más justas. Véamos qué decide la sociedad mexicana…