domingo, 22 de abril de 2012

El debate Sachs-Moyo-Easterly: parte 2


El debate Sachs-Moyo-Easterly puede abordarse desde distintas dimensiones, dos, claramente, inevitables: la ética y la de eficacia. La primera, no sólo porque la ayuda implica más allá de un acto solidario, un imperativo ético y moral con los más necesitados de este planeta, en tanto que la segunda, involucra el deseo de hacer de los “recursos escasos” de la ayuda un motor real de transformación y desarrollo. 

Los economistas han emprendido un largo recorrido para desentrañar el segundo aspecto. Si bien, el estado del arte de la literatura en esta materia está lejos de ser zanjado, debido a la necesidad, todavia, de comprender mejor cómo funcionan los canales en los que opera la ayuda y su interacción con otras variables determinantes para el crecimiento económico. En el caso del primer aspecto –el ético–, el tema se ha puesto nuevamente en la primera línea de los esfuerzos de la comunidad internacional mediante los Objetivos del Milenio, aunque es cierto que la restauración del componente ético en economía y otras disciplinas –impulsado por Amartya Sen–, está por vivir sus mejores etapas.

Las ideas defendidas al interior del debate que nos ocupa, no pueden ser vistas, como lo planteaban los clásicos del realismo internacional, v.g. Morgenthau (1962), fuera del conjunto de políticas de un Estado. Lo que explica, en buena medida, la causa de la descoordinación entre donantes: una de las fuentes que merma la eficacia de la ayuda, pero también, la instrumentación de la misma ayuda para favorecer ciertos objetivos de política exterior que se contraponen con un desarrollo global más armónico, e incluso contrario a la idea de un desarrollo sostenible.

En este marco, tanto Sachs como Easterly se enfrascan en una disputa, que en el fondo no implica, en el caso del primero, que este a favor de que los recursos destinados por los donantes sean un cheque en blanco para gobiernos con poca transparencia, alimentando así el uso discresional que, en buena medida, acompaña a estos fondos (problema de fungibilidad); mientras que en el caso del segundo, no sugiere de ninguna manera se deba renunciar a los recursos para el combate a la pobreza, en tanto no se ponga en orden, primeramente, “la casa”. La distinción entre ambos radica, sustancialmente, en que para Sachs la ayuda es el primer paso para sacar a la gente de la trampa de pobreza en la que se encuentran; que en su visión es un aspecto más importante que atacar los fallos del mal gobierno. En todo caso, Sachs argumenta que uno de los problemas que más afecta al combate a la pobreza es el menor apoyo que existe a los países con mejores prácticas de gobierno. Por su parte, Easterly señala que la idea de ayuda canalizada mediante inversiones masivas que detonen el desarrollo (el denominado big push) no es nueva (se remonta a los años de los 50 del siglo pasado) y que los miles de millones de dólares invertidos, por ejemplo en África, no han revertido la situación de pobreza. Por lo que es importante abandonar esa via y centrarse, además de en mejorar las instituciones de gobierno de los países en desarrollo, y fortalecer las organizaciones de su sociedad civil, en intervenciones a pequeña escala con un impacto de desarrollo a nivel local, que pueden ser monitoreadas de mejor manera. Sólo esto daría mayor certidumbre al ciudadano contribuyente del país donante. En este caso, como se puede intuir, Easterly se opone a la idea que supone el programa de Objetivos del Milenio, y a la inercia que supone para empresas privadas, ONG para el desarrollo, entre otros, como fuente de mayor burocracia, “privilegiando (en palabras de Easterly) las relaciones públicas por encima de la sustancia”.

Finalmente, incorporamos a estos argumentos la controversia entre Sachs y Moyo, y cerramos con una reflexión sobre el tema…