La reciente toma de posesión del nuevo presidente de
Alemania, Joachim Gauck, es interesante, no sólo por convertirse en el primer presidente
independiente y el undécimo del pais, sino porque en su discurso de toma de
protesta se hizo una defensa vehemente de la libertad, como condición sine que non para alcanzar la justicia
social, que, además, debe ser un legado para las siguientes generaciones mediante
una refundación de la responsabilidad civica, la paz y la solidaridad. Lo
anterior, no deja de llamar la atención dado el contraste de las fuertes
medidas de ajuste social que se experimenta en la periferia europea, en buena
medida de la mano de la gestión de la crisis de la denominada Troika (la Comisión, el Banco Central
Europeo y el FMI), lo que guarda una estrecha relación con la coyuntura
política y social que vive no unicamente la sociedad europea.
El fantasma de la
indignación, no solamente juvenil, que se ha apropiado de los movimientos de
protesta social en un amplio segmento de países de diferente composición (iniciado
por la primavera árabe, tomando fuerza con el movimiento del 15-M en España, y
extendiéndose a EE.UU. con el movimiento occupy,
aunque ya existían otras expresiones similares en el continente américano)
refleja en términos más profundos una crisis sistémica, que estaría mostrando
un punto de quiebre de un gran ciclo (Kondratieff), o en términos llanos, un
cambio estructural en la historia del sistema capitalista.
En este sentido,
resulta llamativo, la inconformidad del propio presidente Gauck respecto al movimiento
de los indignados. No obstante, en una lectura más cuidadosa, muestra que su
rechazo se vincula con una provocación que invita a canalizar la inconformidad mediante
la vía de la participación del pueblo en la política de manera institucionalizada,
que permita mejorar los sistemas de representación democrática en las
sociedades partiendo desde su base misma. Tal como lo hizo en su momento la
generación del 68.
Sin duda, éste es el gran tema de nuestro tiempo. El reto
para las sociedades modernas es construir desde su realidad los canales que
permitan hacer frente a los fuertes grupos de interés que han venido dividiendo
y polarizando a naciones enteras. Curiosamente, América Latina, una de las
regiones más afectadas por las medidas de ajuste económico en los años ochenta
y noventa, tiene en Venezuela el único país con una ley de participación
ciudadana que crea un cuarto poder: el poder ciudadano con facultad de
fiscalizar al resto de poderes públicos (véase discurso de E. Dussel). Así
pues, como diría el influyente dramaturgo y poeta alemán, lo relevante es
participar y evitar a toda costa ser un analfabeto político.
Bertolt Brecht, Der Politische Analphabet
El peor
analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los
acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las
alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios
dependen de decisiones políticas.
El analfabeto
político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia
la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor
abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto,
mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales
Bertolt Brecht, Der
Politische Analphabet, 1934