El debate Sachs-Moyo-Easterly
puede abordarse desde distintas dimensiones, dos, claramente, inevitables: la
ética y la de eficacia. La primera, no sólo porque la ayuda implica más allá de
un acto solidario, un imperativo ético y moral con los más necesitados de este
planeta, en tanto que la segunda, involucra el deseo de hacer de los “recursos
escasos” de la ayuda un motor real de transformación y desarrollo.
Los economistas han emprendido un largo recorrido para
desentrañar el segundo aspecto. Si bien, el estado del arte de la literatura en
esta materia está lejos de ser zanjado, debido a la necesidad, todavia, de
comprender mejor cómo funcionan los canales en los que opera la ayuda y su
interacción con otras variables determinantes para el crecimiento económico. En
el caso del primer aspecto –el ético–, el tema se ha puesto nuevamente en la
primera línea de los esfuerzos de la comunidad internacional mediante los Objetivos
del Milenio, aunque es cierto que la restauración del componente ético en economía y otras disciplinas –impulsado por Amartya Sen–, está por vivir sus
mejores etapas.
Las ideas defendidas al interior del debate
que nos ocupa, no pueden ser vistas, como lo planteaban los clásicos del
realismo internacional, v.g. Morgenthau
(1962), fuera del conjunto de políticas de un Estado. Lo que explica, en buena
medida, la causa de la descoordinación entre donantes: una de las fuentes que
merma la eficacia de la ayuda, pero también, la instrumentación de la misma ayuda
para favorecer ciertos objetivos de política exterior que se contraponen con un
desarrollo global más armónico, e incluso contrario a la idea de un desarrollo
sostenible.
En este marco, tanto Sachs como Easterly se enfrascan
en una disputa, que en el fondo no implica, en el caso del primero, que este a
favor de que los recursos destinados por los donantes sean un cheque en blanco
para gobiernos con poca transparencia, alimentando así el uso discresional que,
en buena medida, acompaña a estos fondos (problema
de fungibilidad); mientras que en el caso del segundo, no sugiere de ninguna
manera se deba renunciar a los recursos para el combate a la pobreza, en tanto
no se ponga en orden, primeramente, “la casa”. La distinción entre ambos radica,
sustancialmente, en que para Sachs la ayuda es el primer paso para sacar a la
gente de la trampa de pobreza en la
que se encuentran; que en su visión es un aspecto más importante que atacar los
fallos del mal gobierno. En todo caso, Sachs argumenta que uno de los problemas
que más afecta al combate a la pobreza es el menor apoyo que existe a los países
con mejores prácticas de gobierno. Por su parte, Easterly señala que la idea de
ayuda canalizada mediante inversiones masivas que detonen el desarrollo (el denominado
big push) no es nueva (se remonta a los años de los 50 del siglo pasado) y que los
miles de millones de dólares invertidos, por ejemplo en África, no han
revertido la situación de pobreza. Por lo que es importante abandonar esa via y
centrarse, además de en mejorar las instituciones de gobierno de los países en desarrollo, y fortalecer las
organizaciones de su sociedad civil, en intervenciones a pequeña escala con un
impacto de desarrollo a nivel local, que pueden ser monitoreadas de mejor
manera. Sólo esto daría mayor certidumbre al ciudadano contribuyente del país
donante. En este caso, como se puede intuir, Easterly se opone a la idea que
supone el programa de Objetivos del Milenio, y a la inercia que supone para
empresas privadas, ONG para el desarrollo, entre otros, como fuente de mayor
burocracia, “privilegiando (en palabras de Easterly) las relaciones públicas
por encima de la sustancia”.
Finalmente, incorporamos a estos argumentos la
controversia entre Sachs y Moyo, y cerramos con una reflexión sobre el tema…
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